Capítulo 1 (fragmentos) "La nada cotidiana" Zoé Valdés
"Ella viene de una isla que quiso construir el paraíso. El fuego de la
agresividad devora su rostro. Los ojos casi siempre húmedos, la boca
suplicante como la de una estatua de bronce, la nariz afilada.
Ella es como cualquier mujer, salvo que abre los ojos a la manera de las
mujeres que habitan las islas: hay una tranquila indiferencia en los
párpados. También tiene el cuerpo tenso, en contradicción con sus
pupilas demasiado fluidas. No es verdaderamente bella, pero tiene algo...
no sabríamos qué, quizás un rictus de ironía o bien un miedo
extraordinario. Ella no cambia nunca, no cambiará. Morirá joven y con
todos sus deseos.
Está todavía desnuda, acostada en la arena, el mar alrededor de ella
acariciando su piel afiebrada. La han obligado a volver a su isla. Esa
isla que queriendo construir el paraíso, ha creado el infierno...
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(Fragmentos)
Capítulo 8. Las noches del nihilista
"A los diez minutos tocaba el timbre. Sudaba a mares por causa de
pedalear desesperadamente. Entró, sus ojos verdes se posaron en mis ojos
verdes. A ojo de buen cubero supe que me iba a enamorar. No sólo porque
me pasaba la vida enamorándome, es como una manía, sino porque estaba
atravesando el peor y más solitario de los instantes a causa de tanta
efímera compañía, y necesitaba a alguien inteligente, enigmático. Un
tipo que acabara conmigo y yo con él. Necesitaba morirme de amor,
vivirme de amor. Y que comprendiera que yo no soy fácil, que estoy medio
o absolutamente arrebatá. Hoy amo y mañana no soporto, y esas majaderías
no hay muchos que las soporten. Yo andaba buscando al amante eterno. Y
creo, a lo mejor me equivoco, que lo atrapé."
"El beso duró el resto de la película, pero no exclusivamente en la boca.
Él fue descendiendo con experimentada lentitud por mi cuello, me
lengüeteó desde la barbilla hasta los pezones, donde permaneció minutos
de goce interminable. Al rato fue aún más despacio, de mis senos a mis
costillas y de ellas al ombligo, y la punta de su lengua hizo estragos
en mi vientre. Después con sus dedos largos, apartó mis pendejos y
relució, rojo y erguido, mi clítoris. Allí estampó el beso que lo
consagró para la eternidad, el Nobel del cunilingüismo.Su nombre debiera
aparecer en el Guinness como el mamón más profesional que haya conocido
la civilización. Tuve siete orgasmos, o mejor, me vine siete veces.
Cuando se desnudó, su cuerpo griego me dejó pasmá, boquiabierta, baba
incluida.Este hombre se me antoja una exquisita obra de arte por dentro
y por fuera. Porque es tierno, paciente y pacífico. Su voz nunca se
altera en lo más mínimo. Es mi amante, no mi verdugo...(sigue)